lunes, julio 27, 2015

VOLVER A AMAR



Mi artículo de hoy podría no tener palabras. No al menos las mías. Bastaría con el vídeo que añadiré a continuación, un cortometraje que, en poco más de cinco minutos, dice muchísimo más de lo que yo pueda decir en líneas y líneas escritas.

El corto se llama "Bastille", es de la directora española Isabel Coixet, y pertenece a una película llamada "Paris je t'aime", que es una selección de 18 cortometrajes rodados por diferentes directores en diferentes barrios de París, y todos hablan, de diferentes maneras y desde diferentes puntos de vista, del amor.

Como no quiero adelantar nada de lo que en el vídeo ocurre, os dejo con él, y a continuación termino con algún comentario propio.


De tanto comportarse como un hombre enamorado, se volvió a enamorar. Esa frase es para mí el resumen perfecto del excelente corto de Coixet. Leo en los comentarios del vídeo en Youtube a personas que dicen que el vídeo no les ha gustado, porque piensan que para que te vuelvan a querer hay que enfermar. Pero no creo que ese sea el mensaje del corto. No creo, ni mucho menos, que ese fuera el mensaje que quería transmitir la directora cuando lo rodó. Evidentemente, no sabemos lo que ella tenía en la cabeza. Pero lo que a mí me dice es que, independientemente de que en este caso el detonante sea una enfermedad, siempre es posible volver a enamorarse. Y, sobre todo, siempre es posible volver a amar, porque amar, entre otras muchas cosas, no deja de ser un acto de la voluntad. 
Yo decido amarte en todas las circunstancias, sean estas buenas o malas, vengan días mejores o peores, estés más joven o más vieja, estés más guapa o menos guapa. 

Dicen que el amor se acaba... y puede ser. El amor se acaba si no se alimenta, si no se cuida, si no se riega a diario. El amor se acaba si uno no está decidido a tomárselo en serio, si uno no está decidido a hacer frente a las dificultades y a los momentos de aridez. El amor se acaba si, cuando vienen mal dadas, uno mira para otro lado en busca de una salida en lugar de mirar hacia dentro buscando la solución hasta encontrarla. Puede que el amor se acabe, pero pienso que tenemos las herramientas necesarias para evitar que se acabe. Siempre, claro está, que ese amor se haya edificado sobre cimientos sólidos. Hoy día, en esta cultura nuestra del bienestar y de lo fácil, de lo simple y del "aquítepilloaquítemato", es más fácil prescindir del amor cuando se acaba que ponerse el traje de faena para arreglarlo. Es más fácil buscarse otra, otro, que luchar por seguir adelante.

El mensaje del corto, para mí, está claro, y no hace falta que aparezca una enfermedad para ponerlo en práctica. Se trata, simplemente, de amar. Incluso en los momentos de aridez. Es más, precisamente es en esos momentos cuando de verdad se demuestra el amor. Cuando hay mariposas en el estómago, cuando todo va como la seda, es muy fácil. 

Termino con un pequeño cuento que vi hace poco por Internet, con un mensaje muy parecido.

"Un hombre fue a visitar a un sabio consejero, y le dijo que ya no quería a su esposa y que iba a separarse. El sabio lo escuchó, lo miró a los ojos y solamente dijo una palabra: -ámala-. Luego se calló.
Pero es que ya no siento nada por ella -replicó el hombre.
Ámala -reiteró el sabio.
Y ante el desconcierto del visitante, después de un oportuno silencio, el viejo sabio agregó lo siguiente:
Amar es una decisión, no un sentimiento. Amar es dedicación y entrega. Amar es un verbo, y el fruto de esa acción es el amor.
El amor es un ejercicio de jardinería: arranca lo que te hace daño, prepara el terreno, siembra, sé paciente, riega, procura y cuida. Está preparado, porque habrá plagas, sequías o excesos de lluvias. Pero no por eso abandones tu jardín. 
Ama a tu pareja, es decir, acéptala, valórala, dale tu amor... y serás feliz."

Tras la tormenta del enamoramiento, eso que Ortega llamaba "estado de imbecilidad transitoria", llega la calma. Y ahí es donde empieza lo bueno. ¿Te atreves?

viernes, julio 24, 2015

VIVE AMANDO



Me escribe un lector, a raíz de mi último artículo, "Haz que las cosas sucedan", para plantearme una cuestión. Me pregunta, literalmente, "¿qué haces cuando te la pegas contra un muro? ¿Cuando apuestas por un amigo y te sale rana? ¿Cómo cerrar esas heridas? ¿Cómo recuperarte para no blindarte ante el resto? ¿Cómo creer otra vez en la amistad?" El artículo del que hablamos versaba sobre lo profesional, pero, como ya dije, todo lo que escribí es perfectamente extrapolable a las relaciones humanas. 

En primer lugar, quiero agradecer a Jorge, por su confianza a la hora de plantearme esas cuestiones. Y agradecerle también su contribución a este blog, que, como decía en mi último artículo, pretendo que sea de todos. 

Por otro lado, como ya le decía a Jorge en privado... ¡qué difícil es responder a esas preguntas! Preguntas que, seguro, todos nos hemos hecho alguna vez. Y es que la vida no viene con libro de instrucciones. Además, nadie dijo que fuera fácil vivir. Pero hay que hacerlo, y vivir la vida con las cartas que nos ha tocado jugar.

Pienso que la única manera de no blindarse ante los demás, la única forma de volver a confiar cuando alguien ha roto tu confianza, es... confiando. Suena extraño, suena a que estoy escurriendo el bulto, a que no quiero responder a preguntas tan comprometedoras. Pero, realmente, es la única forma posible que se me ocurre. A andar se aprende andando, a montar en bici se aprende montando, a amar se aprende amando, y a confiar se aprende confiando. Al fin y al cabo, la vida hay que vivirla en gerundio, no existe otra manera.

Pero vamos a intentar desenredar un poco más la madeja. Si alguien traiciona tu confianza, lo primero que debes hacer es perdonar. Puede resultar, especialmente en algunas ocasiones, tarea realmente ardua. Pero es el único camino. Lo cual no quiere decir que tengas que continuar la relación con esa persona. En ocasiones será posible, y en otras no. Si es posible, perfecto. Y si no lo es... si no lo es, despídete de esa persona, pero no sin antes perdonarla. El perdón libera al ofensor de su culpa, pero sobre todo libera al ofendido de la ofensa recibida. No cargues con algo que no es tuyo. No cargues con un fardo tan pesado, que, seguro, te va a impedir caminar ligero por la vida. Suéltalo, despréndete de él, y sigue adelante.

Decía más arriba que la única manera de seguir confiando es confiar. Y es que las personas que confían generan confianza. Puede que te encuentres por el camino con gente que traicione esa confianza, con gente que te haga daño, con gente que te rompa el corazón. Pero si, a pesar de eso, confías en las personas, serán muchísimas más las que te ofrecerán lo mejor de sí mismas, serán muchas más las personas que nunca traicionarán tu confianza, serán muchas más las personas en las que podrás confiar plenamente. Por tanto, si te traicionan, si te rompen el corazón, coge los pedacitos, pégalos, levántate y sigue caminando, sigue amando, sigue ofreciendo tu amor. Con esto no digo que haya que ir por la vida ofreciendo el corazón al mejor postor, no es eso. Pero tampoco lo encierres dentro de una coraza impenetrable porque una vez, o mil, te hicieron daño. Hay muchas personas ahí fuera que se merecen tu amor... y tú, sin duda, te mereces el amor de todas esas personas.

Le contaba a Jorge, y os lo cuento a vosotros, por si os sirve de algo, mi propia experiencia de vida. Yo de pequeño era un niño muy tímido, y eso fue aprovechado por muchos otros niños para hacerme daño. Se metían conmigo, me hacían la vida imposible. Yo sufría mucho, no entendía por qué yo no podía ser aceptado como los demás. Y aquello hacía que me fuera encerrando en mí mismo, hacía que me fuera creando una coraza para protegerme de los demás. Por culpa de aquellas experiencias aprendí que la gente era mala y había que protegerse de ella. Aprendí a esconderme, a no exponerme, a vivir en mi propio mundo. Yo no podía confiar en los demás (excepto en mi familia y otras pocas personas muy próximas), para mí la gente era sinónimo de dolor. Y así fui creciendo, y así fueron pasando los años. Pero claro, yo no era feliz. Hasta que un día, no muy lejano, por cierto, me decidí a romper el cascarón. No fue nada fácil, y aún hoy a veces me cuesta. Pero en cuanto decidí abrirme al mundo, empecé a recibir lo que yo daba multiplicado por infinito. Empecé a recibir amor incondicional, empecé a sentirme querido por personas muy diferentes a mí simplemente por ser quien yo soy. La satisfacción era -es- tan grande, que compensa con creces todo el dolor que pude sufrir a lo largo de mi vida. Hoy sé que quizá aparezcan personas que traicionen mi confianza; sé que tendré que sufrir, que me romperán de nuevo el corazón. Pero sé también que ser feliz en esta vida pasa por eso, por aceptar que ese dolor forma parte de ella, y que esconder el corazón tras una coraza no es, al menos para mí, una opción. No existe la vida sin dolor. Lo importante es lo que tú decidas hacer con ese dolor. 

Decía Tagore, "confía siempre en el amor, aunque a veces te traiga tristeza". Y así debe ser. Vive tu vida amando, amando con mayúsculas. Vive también arriesgando. Podrás perder a veces, pero ganarás mucho más. Es la única forma de vivir la vida en plenitud. Si lo haces así, las heridas restañarán pronto, y tu corazón estará siempre en plena forma para dar lo mejor de sí, para dar lo mejor de ti. Entrégate, y verás cómo recibes muchísimo más de lo que das. Merece la pena.

Me despido agradeciendo de nuevo vuestros comentarios, ya sean públicos o privados. Me ayudan a crecer, a alimentar este blog, a entender mejor la vida, que, al fin y al cabo, es sobre lo que escribo. Gracias.

lunes, julio 20, 2015

HAZ QUE LAS COSAS SUCEDAN



Mi artículo de hoy no tiene una estructura definida. Simplemente quiero hablar… de ponerle pasión a la vida. Pienso que es algo que escasea, y que a cambio abunda la mediocridad, el aburrimiento, las vidas planas y grises. Yo mismo caigo en ello a menudo. Y porque no quiero que me pase más, porque quiero vivir una vida plena y auténtica, reflexiono sobre ello y escribo al tiempo, sin orden, sin estructura, simplemente escribo. Por cierto, te doy permiso, a ti que me lees, a sacudirme, a zarandearme, si me ves caer de nuevo en el hoyo del pesimismo, en la sima de la mediocridad, en el pozo del abandono.

Todos los días escuchamos a personas que esconden la palabra conformismo detrás de la palabra realismo. Personas que tenían un sueño, y que acaban rindiéndose a lo que ellos llaman la realidad. Personas que anhelaban grandes metas, y acaban conformándose con un sueldo a final de mes y un horario estructurado. ¿Te pasa a ti? ¿Amas algo, alguna actividad, y no te dedicas a ello? Si es así, no le llames realismo. Deja de engañarte, y llámalo por su nombre: conformismo.

Si tienes un sueño, si hay algo que amas, lucha por ello, dedícale horas, esfuérzate, sacrifícate, pon todo tu empeño, toda tu ilusión, toda tu pasión, en sacarlo adelante. En este país ya hay demasiados funcionarios, ya hay demasiadas personas con trabajos fijos, ya hay muchas, demasiadas, personas que no viven enamoradas de lo que hacen. Demasiadas personas que no arriesgan, demasiadas personas que se han conformado, porque luchar por alcanzar su sueño requería demasiados esfuerzos. ¡Vamos a salir, tú yo yo, de ese círculo triste y gris! Vamos a ponerle un poco de gracia a la vida, un poco de pasión, un poco de locura. Sí, locura, ¿por qué no? Pienso que es la única forma de alcanzar la felicidad.

Algunos me diréis, "ya, pero yo necesito dinero para vivir, y esa actividad que tanto me gusta no me da dinero". Pues entonces, búscate un trabajo que te proporcione ese dinero... pero no abandones esa actividad que amas. En cuanto salgas del trabajo, dedícate a ella, échale horas, pon en ella toda tu pasión. Si te gusta escribir, escribe. Y si para ganar tu sustento escribir no es suficiente, busca ese dinero en otro lado, pero no dejes de escribir. ¡No te conformes! Antes o después acabarás viviendo de lo que escribes. Pero sólo lo conseguirás si pones en ello todo tu empeño, aunque cueste, aunque requiera sacrificios, aunque tengas que dormir menos. Vive enamorado de lo que haces, y acabarás ganándote la vida con ello. Y de la misma forma que hablo de escribir, hablo de otras actividades. Si te gusta la fotografía haz miles de fotos, si te gusta cocinar métete en la cocina y no salgas hasta alcanzar la excelencia, si te gusta cantar canta, si te gusta viajar estudia para ser guía y recorre el mundo de punta a punta. Pero, por favor, no te conformes.

Han salido, en lo que llevo de artículo, varias palabras a menudo consideradas tabúes. Otras no han salido, pero sobrevuelan el contexto. Sacrificio, esfuerzo, renuncia, entrega, dedicación... Pero, ¡ay!, vivimos en la cultura de lo fácil, del usar y tirar, de lo inmediato. En la cultura del pelotazo. La sociedad nos enseña a dejar de lado todo lo que requiere esfuerzo y dedicación. Si es difícil mejor no intentarlo, no vaya a ser que perdamos nuestro valioso tiempo con ello (mejor dedicar ese tiempo tan preciado a estar tirado en el sofá, frente al televisor, con el cerebro en modo off, viendo todo tipo de programas basura en los que unos y otros se tiran los trastos a la cabeza). Y tampoco merece la pena algo que requiera tiempo. Tiene que ser aquí y ahora, y si no, no me vale. Hemos borrado la palabra paciencia de nuestros diccionarios. Aprenda inglés en tres semanas; compre este alimento listo para comer en 3 minutos; utilice este método y la rubia del bar caerá en sus brazos en menos de lo que canta un gallo; con nuestro método de entrenamiento lucirá usted los músculos de Arnold Schwarzenegger en menos de un mes; adelgace rápidamente y sin esfuerzo con nuestras píldoras milagrosas... Y así podría extenderme hasta el infinito poniendo un ejemplo tras otro. Todo lo queremos rápido y sin esfuerzo. Y en cuanto deja de servirnos, lo tiramos y a otra cosa (ocurre también, por desgracia, con las relaciones humanas, especialmente las de pareja).

Vivimos también la cultura del aparentar, del vivir para satisfacer las expectativas que otros han puesto sobre nosotros, sin pararnos a pensar si eso es lo que realmente queremos para nosotros. Y, una vez más, utilizamos la palabra mágica para justificarlo: realismo. Realismo para escondernos dentro de nuestro caparazón, realismo para no salir de nuestra zona de confort, realismo para no arriesgarnos a sufrir, realismo porque no soportamos el dolor, porque no soportamos el esfuerzo, porque no soportamos la idea de poder fracasar. Pero el verdadero fracaso está en ocultar, como decía al principio, la palabra conformismo detrás de la palabra realismo. El verdadero fracaso está en no intentarlo, está en no arriesgar, está en no empezar a andar por miedo a caer. Si te caes, levántate, una y mil veces, pide ayuda, inténtalo de nuevo, una vez, y otra, hasta que lo consigas. Pero no te rindas. Y, sobre todo, no te rindas cuando ni siquiera lo has intentado.

Pon pasión a tu vida, deja de vivir la vida que los demás quieren para ti y vive la tuya, pero vívela con mayúsculas. Ríete hasta que te duela, enamórate, siente el placer de empaparte caminando bajo la lluvia, haz un viaje en coche, de muchos kilómetros, sin planificar nada, toma de la mano a alguien que quieres, di muchas veces te quiero, también a tus amigos, contempla muchos amaneceres, haz un regalo sin motivo, simplemente porque sí... ¡Vive! No te dejes seducir por la cultura de lo fácil, de lo inmediato, de lo mediocre. Saca la grandeza que llevas dentro, permítete brillar. Tú te lo mereces, y los que viven contigo se merecen tu brillo. Y recuerda que hay un tiempo para dejar que las cosas sucedan, pero hay otro para hacer que las cosas sucedan. Este es tu tiempo. ¡Haz que las cosas sucedan! Vive la vida, y no dejes que pase sin más.

Todo esto que escribo es también aplicable a las relaciones humanas. Pero para no alargarme más, hablaré de ello en otro artículo. Acabo este con un fragmento de un poema de Benedetti. Espero que te sirva para ponerte en marcha. Y, antes de despedirme, te pido tus comentarios. Con ellos este blog irá creciendo, y, poco a poco, conseguiremos que no sólo sea mío, sino también tuyo. ¿Me ayudas a crecer? ¡Gracias!

No te rindas
que la vida es eso,
continuar el viaje,
perseguir tus sueños,
destrabar el tiempo,
correr los escombros
y destapar el cielo.

                                                                                             Mario benedetti.

¡Vamos juntos a destapar el cielo!

P.S.: Recomiendo de nuevo mi artículo "Sal con un valiente". Al fin y al cabo, el valiente del que hablo lucha por esta grandeza de vida.

jueves, julio 16, 2015

ÉCHAME UN POLVO. SIN COMPROMISO.



El otro día compartía cervezas y tintos de verano con unos amigos, matando el calor en una terraza de Madrid y disfrutando de otro calor diferente, el de la amistad. Los temas de conversación iban y venían, y entonces apareció uno que a menudo aparece, el sexo. Un tema apasionante, se mire como se mire. Y un tema polémico, según qué postura defiendas. Y aquella tarde había dos posturas definidas (no me refiero a ese tipo de posturas, no), la de los que defendían el sexo sin amor como una opción más, y la de los que, respetando esa opción, no la veíamos como algo viable. No al menos como algo que pudiera llenar nuestras vidas. Pero la discusión tenía más matices, que trataré de relatar a continuación, al tiempo que defino cuál es mi postura en este tema. 

No sé cómo empezó todo, pero imagino que alguien, en algún momento de la conversación, defendió el derecho de las mujeres a disfrutar del sexo sin ningún tipo de compromiso, como han podido hacer siempre los hombres. Hablaba, para defender dicha postura, de la igualdad entre hombre y mujer. Estaba en el aire, no sé si de manera implícita o explícita, la idea de que, en un pasado -no tan lejano, por cierto-, la mujer estaba reprimida sexualmente, y que la liberación sexual permitió que pudiera disfrutar de los mismos derechos que el hombre en dicha materia. Fue entonces cuando alguien, mujer para más señas, dijo que no estaba de acuerdo, que los hombres y las mujeres no son iguales. Igualdad de derechos sí, pero igualdad de sexos no, en el sentido de que somos diferentes, de que la sexualidad de la mujer y del hombre no es igual, y que un hombre bien puede irse a la cama con una mujer y follársela sin más -perdón si a alguien le molesta la expresión, pero creo que a veces se hace necesario expresarse sin pelos en la lengua para que todo se entienda mejor-, pero que una mujer no, una mujer necesita que ese sexo vaya ligado a una relación afectiva, necesita, por así decirlo, algo más. Yo me adherí a esta segunda postura. Y lo hice, simple y llanamente, porque creo que es así. Pero no sólo me adherí a esa postura, sino que dejé claro que yo no me meto en el saco de los hombres que pueden irse a la cama con una mujer y "si te he visto no me acuerdo". Yo también necesito que la sexualidad vaya ligada a la afectividad. Trataré a continuación, intentando no enrollarme demasiado, de explicar mi postura.

Efectivamente, considero que los hombres y las mujeres no somos iguales. Si hablamos de la sexualidad, el hombre es más básico, más primario, mientras que la sexualidad de la mujer es más compleja, por así decirlo. La mujer tiene unos ritmos más lentos, más pausados, necesita más tiempo para llegar al clímax. Pero no sólo eso. La mujer, en general -puede haber excepciones, no lo niego- necesita que esa sexualidad vaya ligada a una relación afectiva. Y si no es así, como decía mi amiga, se siente vacía, quizá hasta utilizada. El hombre, en cambio, como norma general -también hay excepciones, y yo me considero una de ellas- puede separar más fácilmente sexo de amor. De hecho, a menudo la mujer ni siquiera necesita sexo, lo que necesita es cariño, contacto físico pero sin llegar al coito, caricias, abrazos, sentirse querida, amada, valorada. Y cuando siente que el hombre va a lo que va, se siente vacía, incompleta, incomprendida.

Personalmente, no concibo el sexo sin amor. Y no es una cuestión ética ni moral. Es, más bien, una cuestión de sensibilidad. Para mí, el sexo sin amor, que es posible, eso no lo niego, no es una opción. Y no lo es porque me haría sentir vacío, me haría sentir solo, me sentiría... frustrado. Dicen por ahí que desde que el sexo se hizo fácil de conseguir, el amor se hizo más difícil de encontrar. Y pienso que es cierto. Para mí el sexo es la culminación del amor, es la entrega total entre dos cuerpos y dos almas, es la fusión absoluta entre dos seres que se aman. Y cuando se convierte en un mero intercambio de fluidos, entonces deja un poso amargo, deja un vacío, deja frustración y soledad. Hablo por mí, y respeto a todos aquellos que piensen diferente, a todos aquellos que conciban el sexo sin amor, que consideren que separar el sexo de la afectividad es una opción. Lo respeto, pero no entra dentro de mis esquemas.

El tema tiene muchos más matices, se puede extender a otros campos, y de hecho la discusión de aquella tarde lo hizo. Se habló de los errores de la liberación sexual, se habló de la "necesidad" de la mujer de masculinizarse para salir adelante en el mundo de la empresa (por desgracia concebido para que sean los hombres los que lo dominen), se habló de diversos temas, todos relacionados con esa, para mí, falsa igualdad entre hombre y mujer (igualdad de derechos sí, pero no igualdad de sexos, somos diferentes). Pero son temas que obviaré en mi artículo de hoy, para no alargarme demasiado.

Para mí, como decía anteriormente, la sexualidad, para ser plena, debe ir ligada a la afectividad. Pienso que es el culmen, y que para llegar a ello hay que dar antes otros pasos. Hay que conocerse, hay que entenderse, hay que comprenderse, hay que estar dispuestos a vivir una vida juntos haciendo frente a todos sus avatares, hay que, en definitiva, amarse. Y amarse, a ser posible, con mayúsculas. Lo cual requiere entrega, requiere sacrificio, requiere renuncia, requiere dosis importantes de valentía. Y enlazando con ello, con la valentía, y ya para despedirme, invito a mis lectores a leer un artículo que publiqué en este mismo blog, hace unos meses, llamado "Sal con un valiente". En él explico cuál es mi idea de amor. Aprovecho para matizar algo que no dije en aquel artículo. Para mí, lo de salir con un valiente, no es una opción. Quiero decir, no es, sal con un valiente si puedes, y si no confórmate con lo que encuentres. No, para mí es, sal con un valiente, sí o sí. Y si no lo encuentras, mejor quédate solo. Y si quieres saber cómo encontrar a un valiente (hombre o mujer), haz la siguiente reflexión: los valientes son personas capaces de renunciar, porque detrás de alguien que renuncia hay alguien que elige; y detrás de alguien que elige, hay alguien que arriesga; y detrás de alguien que arriesga hay una persona enamorada. El sexo sin compromiso no requiere de estar enamorado, no implica riesgo ninguno -salvo el de la transmisión de enfermedades, o el de quedarse embarazada, pero yo hablo, y creo que se me entiende, de otro tipo de riesgo-, y, para mí, no es una opción.

Gracias por leerme. Quede claro que no intento imponer ninguna postura, sino, simplemente, dejar clara la mía. No seré yo, ni muchísimo menos, quien juzgue a quien piense, y actúe, de manera diferente. Eso sí, por favor, si te vas a ir a la cama con un tío, con una tía, simplemente para pasar un rato... asegúrate de que no le vas a hacer daño. Asegúrate de que no te vas a hacer daño. Gracias.

lunes, julio 13, 2015

EL PODER DE UNA MIRADA



Dónde estoy, y qué me está pasando. Algunos, o muchos, de los que leáis este artículo no entenderéis esa frase con la que he comenzado, ni algunas de las cosas que escriba a continuación. Y es que hoy, de forma excepcional, escribo para un grupo de personas en particular. Para un grupo de personas muy especiales con las que, desde febrero, estoy compartiendo cosas muy grandes. No obstante, y aunque el artículo de hoy vaya especialmente dirigido a ellos, quiero hacerlo público, pues entiendo que las cosas que salen del corazón llegan al corazón, aun cuando no se entiendan del todo. Y lo que yo voy a hacer a continuación va a ser dejar hablar a mi corazón.

Este fin de semana ha sido muy especial para mí. Lo están siendo todos los fines de semana que tenemos clase, desde que empezamos allá por el mes de febrero. Y a medida que el curso avanza, mi amor y mi agradecimiento crecen de forma exponencial. Ya compartí esto con vosotros el mes pasado, en ese espacio tan bonito de "dónde estoy y qué me está pasando". Y hoy, como os decía en mi mensaje de buenos días a través del whatsapp, echo de menos ese espacio para compartir de nuevo mis sentimientos, mis vivencias del fin de semana. Por eso estoy aquí, escribiendo sin saber muy bien lo que escribo, dejando, como decía en la introducción, hablar a mi corazón. 

Quiero hablar sobre todo del domingo, de ese momento mágico en el que compartimos miradas, en el que dejamos que nuestras almas se comunicaran sin palabras. Al recordarlo, lo vuelvo a vivir, y de nuevo las lágrimas bañan mis ojos. Me resulta muy difícil, casi imposible, describir lo que ayer viví. Nunca había experimentado nada parecido. El poder de una mirada, es el título de mi artículo. Y es que es un poder tan grande, tan mágico... Esas miradas vuestras me decían tanto... Al principio yo me limitaba a recibir cada mirada al tiempo que regalaba la mía. Y sonreía. Y con ese intercambio de miradas notaba que de lo más profundo de mi ser salía algo que yo no dirigía, salía amor puro, salía comprensión, salía acogimiento, salía mi alma entera que se entregaba al alma que tenía enfrente. Y de vuelta recibía más, mucho más, de lo que yo sentía que daba. Poco a poco, mi sonrisa se fue transformando, se fue volviendo más pura... y se fue bañando en lágrimas. Lágrimas de alegría, lágrimas de amor, lágrimas de gratitud. Con todos y cada uno de vosotros sentía algo especial, pero lo más mágico de todo era que con cada uno sentía algo diferente. Cada uno me dabais vuestra esencia, y yo sentía con claridad esa esencia diferente de cada uno. De todos recibía amor, pero el amor que recibía a través de cada mirada era diferente según cada persona. Como decía antes, las almas se comunicaban solas, sin que yo tuviera que hacer otra cosa que ofrecer mi mirada, y, a través de ella, exponer y regalar mi ser interior. Llegué a sentir una comunicación muy profunda incluso con aquellos de vosotros con los que casi no había intercambiado palabras en estos meses. Y sentí que eso era real, era sincero, era auténtico. Y esto me dice que cuando las almas se comunican desde su profundidad, desaparece el ego, desaparecen las diferencias, desaparecen los odios que pueda haber (no es el caso entre nosotros), desaparece la timidez, desaparece la mentira, desaparecen los personajes, desaparecen las máscaras, desaparece todo aquello que, fuera del alma, muchas veces impide o dificulta la comunicación.

Todos estos sentimientos que ayer viví -y otros que no puedo comunicar con palabras- me abren más al mundo exterior, me hacen reflexionar sobre la necesidad que tenemos de comunicarnos de forma sincera, de abrir nuestros corazones al otro, al diferente, incluso al que nos cae mal. Esos sentimientos que viví me hablan de romper barreras, de derribar muros, de amar sin condiciones, me hablan de entrega, de generosidad, de Amor con mayúsculas.

El fin de semana me ha servido para conoceros mejor a muchos de vosotros. Y para incrementar en mí el deseo de conoceros aún más, de integraros en mi vida, de haceros parte de mis sueños, de mis anhelos, de mis ilusiones. Una parte también importante para mí, aunque parezca más terrenal -si se me permite usar esa expresión-, han sido esas horas de cañas y tintos de verano en la terraza de Paquito. Y es importante porque ahí también se intercambian muchas cosas sinceras y profundas. En medio de tanta risa y tanta broma, incluso de alguna que otra discusión, se establecen lazos que empiezan a ser de amistad, lazos que, si nos preocupamos de cuidar y alimentar, probablemente acabarán siendo indestructibles. Quizá alguno de los que me leáis podáis pensar que esto es pura ingenuidad, que el curso terminará y cada uno seguirá su camino, que todo esto quedará en un bonito recuerdo, incluso en algo que nos habrá enseñado muchas cosas y que nos permitirá vivir la vida con mayor plenitud, pero que los lazos creados se diluirán con la vida y poco a poco nos iremos olvidando unos de otros. Es algo que me ha pasado muy a menudo en la vida, y seguro que a vosotros también. Y porque me ha pasado, y me ha entristecido -me entristece aún más cuando comparto esa tristeza con personas que no la comprenden, y me dicen que "así es la vida"-, me niego a que me vuelva a pasar, me niego a que me pase con vosotros, me niego a que la vida "sea así", porque al fin y al cabo, el cómo sea la vida depende en gran parte de nosotros. Lo que estamos viviendo en este curso es demasiado grande como para dejarlo pasar. Y, por mi parte, haré lo posible porque esos lazos creados no se destruyan, sino que se sigan fortaleciendo con el tiempo. Os confieso que sueño con llevarme de este curso, a parte de otras muchas cosas, grandes amistades. Por eso os pido -y es algo que siempre me ha costado, pedir- que no dejéis vosotros tampoco que esto pase. No dejéis que el tiempo se lleve lo que estamos construyendo. Pongamos entre todos cimientos sólidos, para que perdure.

Ha salido antes una palabra muy importante para mí, la palabra amistad. Una palabra con la que no me gusta frivolizar. No voy a extenderme, pues es de algo de lo que me gustaría hablar en otro artículo, pero sí quiero esbozar algunas notas en torno a esa palabra. Como digo, no me gusta frivolizar con ella. Y es que muchas veces llamamos amistad a lo que no lo es, llamamos amistad a relaciones que, en realidad, son un tanto superficiales. Con algunos de vosotros empiezo a sentir que la relación que nos une no es en absoluto superficial. Y con otros, a los que aún no os conozco bien pero os voy conociendo, siento el deseo profundo de conoceros mejor. Y deseo que unos y otros acabéis formando parte de mi vida y os pueda llamar amigos, pase el tiempo que pase. El ejercicio de las miradas me transmitió muchas cosas de vosotros, mucha conexión, mucho amor, como decía más arriba. Ojalá en los meses que nos quedan esa conexión se vaya materializando en amistades sólidas, amistades para toda la vida. 

No quiero cerrar este artículo sin antes deciros que os veo, que os quiero, que me estáis dando muchísimo más de lo que os podáis imaginar, y que me tenéis a vuestra disposición para lo que podáis necesitar. No son palabras hueras, vacías, sin contenido. Son palabras que salen del corazón -al fin y al cabo dije al principio que iba a dejar hablar a mi corazón, y es lo que estoy haciendo-, son palabras sinceras, palabras llenas de amor y de gratitud. No tengo nada material que ofrecer, pero sí tengo para vosotros mi tiempo, mi compañía, mi capacidad de acogimiento, mi escucha, mi entrega, tengo para todos vosotros mi amor, tengo para todos vosotros todo lo que soy. Y os lo ofrezco de todo corazón. Sinceramente, disponed de mí, con total confianza para todo lo que me necesitéis. OS VEO, OS QUIERO. MUCHO. GRACIAS, GRACIAS, GRACIAS Y UN MILLÓN DE VECES GRACIAS.